Mientras otras grandes ciudades latinoamericanas como Buenos Aires, Ciudad de México y Sao Paulo han disfrutado de sus sistemas de metro durante décadas, Bogotá sigue en un complicado limbo. Desde 1942, la capital colombiana ha enfrentado un sinfín de obstáculos para materializar su anhelado proyecto de metro. La reciente controversia política, el cambio de administraciones y la discusión entre construir un sistema elevado o subterráneo solo agregan capas a este complejo rompecabezas. Este artículo explora las razones detrás de este prolongado estancamiento y cómo los desafíos actuales reflejan problemas pasados.
La historia del metro de Bogotá es una mezcla de política, economía y cambios sociales. La primera línea del metro, propuesta por el alcalde Enrique Peñalosa en 2016, y continuada por su sucesora, Claudia López, enfrenta ahora un nuevo desafío con la intervención del presidente Gustavo Petro. La discusión no se limita a la logística; se extiende a las implicaciones económicas y legales, especialmente considerando que el 70% del financiamiento proviene del presupuesto nacional.
Las diferencias en la visión del proyecto reflejan un problema más profundo en la política y la gestión urbana de Bogotá. Desde la sustitución del tranvía por buses en respuesta a la creciente población, hasta la politización del metro como símbolo de poder y progreso, la ciudad ha luchado con su planeación urbana. Según Oscar Alfonso Roa, economista urbano, la indecisión y los cambios en la administración han hecho que el proyecto sea cada vez más caro e inviable.
Los esfuerzos por construir el metro en la década de 1990 se vieron frustrados por una crisis económica, un terremoto devastador y el sobreprecio en la construcción del metro de Medellín. Estos eventos llevaron a la implementación de la Ley de Metros y al desarrollo del Transmilenio bajo la administración de Peñalosa.
La autonomía regional y las complejas dinámicas entre el gobierno municipal y nacional también juegan un papel crucial. Darío Hidalgo, experto en ingeniería del transporte, destaca cómo las breves ventanas entre elecciones y la falta de reelección inmediata complican la colaboración para proyectos a largo plazo como el metro.
Los desafíos institucionales y legales de Colombia agregan otra capa de complejidad. Con un sistema judicial extenso y una Constitución que promueve la autonomía de pequeñas entidades, la coordinación para un proyecto de esta magnitud se vuelve una tarea hercúlea, como explica Valentina Pellegrino, antropóloga.
Carlos Felipe Pardo, psicólogo experto en movilidad, critica la parálisis por análisis y la aversión al riesgo que han caracterizado el enfoque hacia el metro de Bogotá. Esta sobrediagnóstico, en lugar de facilitar soluciones, ha llevado a un ciclo de estudios y demandas que obstaculizan el progreso.
El caso del metro de Bogotá es un claro ejemplo de cómo la política, la planificación urbana y los desafíos institucionales pueden entrelazarse para crear un laberinto de indecisiones y retrasos. Mientras Bogotá continúa enfrentando algunos de los peores tráficos del mundo, la resolución de este dilema de infraestructura sigue siendo esencial no solo para el transporte, sino para el desarrollo urbano y social de la ciudad. La esperanza de un metro en Bogotá se mantiene viva, pero la ruta hacia su realización está llena de obstáculos que reflejan las complejidades de una metrópoli en constante evolución.