La noción de alcanzar una “deuda cero” en las finanzas de un país puede sonar atractiva a primera vista, especialmente en un mundo donde la responsabilidad fiscal y la sostenibilidad económica son temas de gran preocupación. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja, y el consenso entre los expertos sugiere que, para países con economías sanas, mantener cierto nivel de deuda puede ser no solo aceptable, sino estratégicamente beneficioso.
La práctica de pedir dinero prestado en los mercados financieros es una táctica comúnmente empleada por naciones prósperas como Noruega, Suecia o Suiza, que a pesar de su bajo nivel de endeudamiento, continúan buscando oportunidades de crecimiento y desarrollo a través de inversiones financiadas por deuda. Según Hugo Osorio, subgerente de Estrategias de Inversión en Falcom Asset Manager, la deuda no es inherentemente buena o mala, sino que su valor depende de las condiciones de financiamiento que un país pueda asegurar y de cómo se utilice ese capital.
Contrario a la percepción popular, las economías más grandes del mundo, como Japón y Estados Unidos, sostienen niveles de deuda significativos que son manejables gracias a la confianza que los mercados tienen en su estabilidad y en su capacidad de gestión económica. Incluso, Estados Unidos experimentó un breve período de “deuda cero” en 1835, un escenario impensable en el contexto económico actual dada la naturaleza cambiante de las finanzas globales y las necesidades de inversión continua en infraestructura y servicios públicos.
La emisión de deuda, a través de instrumentos como los bonos, permite a los gobiernos financiar proyectos importantes sin comprometer la liquidez inmediata, ofreciendo una herramienta crucial para el desarrollo sostenido. Elijah Oliveros-Rosen, economista senior en S&P Global Ratings, destaca la importancia de que los intereses pagados por la deuda sean inferiores a los rendimientos generados por las inversiones financiadas, asegurando así que la deuda contribuya positivamente al crecimiento económico.
En este escenario, Manuel Romera, director del sector financiero de IE Business School, argumenta que, al igual que los individuos pueden beneficiarse de endeudarse para realizar inversiones que generen retornos superiores al costo del préstamo, los Estados pueden y deben utilizar la deuda como una herramienta para impulsar el crecimiento económico y fortalecer su estructura de poder y bienestar social.
La gestión de la deuda pública es un ejercicio de equilibrio que requiere una consideración cuidadosa de los costos y beneficios. La aspiración a una “deuda cero” no solo es poco práctica en el moderno entorno económico, sino que también puede privar a un país de valiosas oportunidades de desarrollo y crecimiento. En lugar de enfocarse en la eliminación total de la deuda, los países deben aspirar a una gestión prudente y estratégica de sus obligaciones financieras.