El Producto Interno Bruto (PIB), ideado por Simon Kuznets durante la Gran Depresión, se ha convertido en el indicador económico más influyente a nivel mundial. No obstante, las voces críticas advierten sobre la “dictadura del PIB”, argumentando que este indicador, lejos de reflejar fielmente el éxito de un país, puede enmascarar realidades más complejas. Esta discusión se centra en cuatro mitos predominantes que rodean al PIB, poniendo en tela de juicio su eficacia como único barómetro del progreso y bienestar de una nación.
Mito 1: Las economías con el PIB más alto son mejores que el resto. Según David Pilling, autor de “El engaño del crecimiento: la riqueza y el bienestar de las naciones”, el PIB puede ser engañoso. Un crecimiento espectacular tras una caída considerable, como ocurrió en México y Bolivia post-pandemia, no implica necesariamente un éxito económico.
Mito 2: El PIB solo mide actividades legales. Contrario a esta creencia, el PIB no distingue entre actividades lícitas e ilícitas. La economía subterránea, que incluye tráfico de drogas y lavado de dinero, contribuye significativamente al PIB global, un hecho que resalta las limitaciones de este indicador en medir la “salud” económica de una nación.
Mito 3: El aumento del PIB es sinónimo de un mayor bienestar para toda la población. Esta afirmación es relativa. Como lo señala el economista Joseph Stiglitz, es crucial diferenciar entre cantidad y calidad del crecimiento. El PIB per cápita, por ejemplo, no refleja la distribución de la riqueza, y puede ocultar desigualdades significativas.
Mito 4: El aumento del PIB no tiene efectos negativos. En realidad, el crecimiento del PIB puede incluir actividades perjudiciales para el medio ambiente y la salud pública, lo que implica costos futuros que no se consideran en su cálculo. Dimitri Zenghelis, cofundador del Proyecto Wealth Economy, enfatiza que un crecimiento basado en actividades insostenibles es perjudicial a largo plazo.
A pesar de su prevalencia, el PIB es un indicador imperfecto que requiere una revisión crítica y complementaria con otras medidas de bienestar y desarrollo. La perspectiva de “crecimiento sostenible e inclusivo” propuesta por entidades como la CEPAL sugiere una evolución necesaria en cómo medimos el éxito económico. Al reflexionar sobre estas consideraciones, se plantea un cambio de paradigma necesario para capturar con mayor precisión el verdadero progreso de las naciones en el siglo XXI.