Diversidad en cada grano
En Costa Rica, el café no es solo una bebida, es un símbolo nacional que representa la riqueza natural y cultural del país. La combinación entre altitud, suelos volcánicos y microclimas únicos da origen a granos con perfiles muy distintos, lo que convierte a cada región productora en un territorio de sabores singulares.
El mapa cafetalero se divide en siete zonas. En Guanacaste, los suelos volcánicos generan cafés de acidez brillante. En el Valle Central, cuna histórica del grano, predominan perfiles refinados que marcaron la economía costarricense. Tarrazú, considerada la joya de la corona, produce granos SHB (Strictly Hard Bean), reconocidos en mercados internacionales por su complejidad aromática. Orosi aporta suavidad y equilibrio, mientras Turrialba imprime la fuerza de su volcán en tazas intensas. La Zona Brunca, por su parte, destaca con cafés jóvenes que evocan la frescura de la selva tropical.
Turismo y café: experiencias inmersivas
Recorrer Costa Rica también significa explorar sus fincas cafetaleras. En San José es posible vivir catas guiadas, mientras que en Doka Estate los visitantes disfrutan de recorridos por plantaciones centenarias. Las cataratas de Bajos del Toro o el Parque Nacional Los Quetzales complementan la experiencia con paisajes únicos. En Bijagua y Monteverde, el café se combina con senderos de selva y reservas biológicas, mientras que en el sur las rutas conducen a las montañas de Rivas y a las cataratas Nauyaca.
El café también abre las puertas a la cultura local. En Sarchí se mantienen vivas las tradicionales carretas pintadas a mano, íconos del folclor costarricense. En el Barrio Escalante, en el Valle Central, cafeterías especializadas invitan a probar diferentes variedades, y en Orosi los turistas pueden relajarse en aguas termales tras una visita a las plantaciones.
Un puente entre tradición y modernidad
Más allá de su relevancia económica, el café en Costa Rica conecta a comunidades enteras y refleja una identidad que trasciende generaciones. Cada grano resume la historia de agricultores que han sabido aprovechar la riqueza del entorno natural y adaptarse a los cambios del mercado global. Hoy, el café costarricense no solo se exporta como un producto de calidad, sino que también se vive como experiencia cultural y turística, reafirmando su lugar como uno de los grandes emblemas del país.