La isla de Cuba atraviesa una profunda crisis energética que ha dejado al país sumido en la oscuridad desde el 17 de octubre de 2024. El colapso total del sistema eléctrico ha revelado las deficiencias estructurales del sector energético, sumando una nueva emergencia a la ya deteriorada situación económica. Este apagón masivo ha afectado a miles de familias, provocando la pérdida de alimentos, la escasez de agua y el agotamiento de la paciencia de la población. El restablecimiento parcial de la energía en algunas áreas no ha evitado que continúen los cortes constantes en varias regiones, empeorando la crisis.
El sistema eléctrico cubano ha sufrido una serie de apagones en días recientes, con zonas que reportan hasta 76 horas continuas sin electricidad. Además de los problemas cotidianos, la interrupción del servicio ha puesto en peligro la vida de pacientes que dependen de equipos médicos. La situación ha generado malestar social, especialmente después de que las autoridades reiteraran su compromiso con los principios revolucionarios en medio de la emergencia, causando indignación en la población que critica la falta de soluciones concretas.
La infraestructura energética de Cuba es obsoleta y ha estado al borde del colapso durante años. El país no genera la energía suficiente para cubrir su demanda interna y depende de importaciones de petróleo, principalmente de Venezuela, México y Rusia. Sin embargo, estas importaciones se han reducido significativamente, agravando la crisis. En septiembre, Venezuela envió apenas la mitad del combustible que solía entregar, mientras que México también ha disminuido sus envíos. Aunque Rusia había prometido apoyo para desarrollar nuevas plantas eléctricas, los proyectos no se han concretado, dejando al sistema en una situación vulnerable.
El colapso energético no es un fenómeno reciente. Cuba ha atravesado múltiples crisis energéticas en las últimas décadas, desde el “Período Especial” de los años noventa hasta la “Coyuntura” en 2019. Estas situaciones han sido manejadas mediante parches temporales, sin soluciones estructurales. Las plantas termoeléctricas del país, muchas de las cuales tienen más de 40 años de operación, dependen de un crudo local de baja calidad, lo que aumenta su desgaste y dificulta el mantenimiento. A pesar de los esfuerzos por instalar grupos electrógenos y alquilar plantas flotantes turcas, la escasez de combustible ha limitado su efectividad.
El gobierno ha propuesto como solución a largo plazo una transición hacia energías renovables, con el objetivo de que el 37% de la energía del país provenga de fuentes limpias para 2030. Sin embargo, la viabilidad de este plan ha sido cuestionada, ya que la infraestructura existente y los proyectos de energía eólica y solar están abandonados o sin financiamiento suficiente. La producción de energía a partir de biomasa también se ha visto afectada por el colapso de la industria azucarera, lo que complica aún más la implementación de energías alternativas.
Los especialistas coinciden en que sin un cambio profundo en el modelo económico cubano, no habrá una solución duradera para la crisis energética. La falta de inversión en el sector se debe a la limitada capacidad del país para generar divisas y atraer inversión extranjera. El capital internacional tiende a priorizar países con economías estables y potencial de crecimiento, lo que deja a Cuba en desventaja.
El futuro del sector energético cubano dependerá de la capacidad del gobierno para reorganizar su economía y buscar apoyo internacional. Se estima que se necesitarían entre 8.000 y 10.000 millones de dólares en una década para recapitalizar el sistema eléctrico. Además, la transición hacia energías renovables requerirá un plan estratégico sólido y una gestión eficiente, algo que aún no se ha demostrado en el país.
Cuba enfrenta uno de sus desafíos más graves, y aunque se han restablecido algunos servicios de manera parcial, el riesgo de nuevos apagones es inminente. Sin un cambio profundo en la estructura económica y una revisión completa del sistema energético, las soluciones seguirán siendo temporales. La isla necesita no solo inversiones, sino también una gestión eficaz y una política energética coherente que garantice un futuro más sostenible y menos dependiente de ayudas externas.