Ante la próxima elección presidencial en Estados Unidos, prevista para el 5 de noviembre, surge la necesidad de revisar y fortalecer la relación de este país con América Latina. Históricamente, esta relación se ha caracterizado por una simplificación que la reduce a temas como narcotráfico y migración. Sin embargo, es esencial adoptar una perspectiva más amplia que aborde los retos y oportunidades de manera integral.
La migración es actualmente el tema dominante en la agenda política estadounidense, polarizando las opiniones públicas. Algunos sectores se centran en los costos y desafíos que representa la acogida de inmigrantes, mientras otros, destacando su importancia en sectores laborales esenciales, abogan por políticas más abiertas. Esta dicotomía evidencia la necesidad de una política que balancee humanidad con realismo práctico.
El crimen organizado también figura como un desafío mayor, con estructuras como el Tren de Aragua, que no solo afectan a Venezuela, su país de origen, sino que tienen impacto en varias naciones de la región y en EE.UU. Este tipo de criminalidad requiere una respuesta coordinada que vaya más allá de las respuestas nacionales aisladas.
Asimismo, la política exterior estadounidense ha visto cómo algunos países latinoamericanos se acercan a naciones que Washington considera adversarias, como Irán y Rusia. Esta situación es especialmente notable en el caso de Venezuela, que ha estrechado lazos con ambos países en los últimos años, lo que representa un desafío adicional para la diplomacia estadounidense.
Un factor que ha cambiado el tablero geopolítico en América Latina es la creciente influencia de China. La nación asiática se ha convertido en el principal socio comercial de varios países sudamericanos, desplazando en algunos casos a Estados Unidos. Proyectos significativos como el puerto de Chancay en Perú y el metro de Bogotá en Colombia, ambos financiados por China, son indicativos de esta tendencia.
Este cambio en la dinámica global también se refleja en la necesidad de una diplomacia más activa por parte de Estados Unidos, que ha sido limitada por la polarización interna y la falta de embajadores en posiciones clave, como en Colombia. Esto contrasta con el enfoque de China, que ha aumentado el tamaño y la capacitación de sus misiones diplomáticas en la región.
En el ámbito del cambio climático, América Latina posee una importancia crítica con ecosistemas vitales como la Cuenca Amazónica. A pesar de las agendas climáticas positivas de muchos países de la región, la ejecución de estas políticas sigue siendo un reto debido a recursos limitados. Es fundamental que Estados Unidos colabore más estrechamente en estos temas, dado su impacto global en la contaminación y su alta demanda de recursos naturales como el café, donde la región es un proveedor principal.
El proteccionismo y el aislacionismo, tendencias notables en las administraciones recientes, han perjudicado el potencial de cooperación multilateral en áreas cruciales para América Latina. Abordar estos aspectos será crucial para mejorar la relación bilateral y fortalecer la influencia estadounidense en un mundo cada vez más interconectado.
Frente a estos desafíos, es imperativo que quien asuma la presidencia en noviembre adopte una agenda integral que contemple aspectos económicos, sociales, de seguridad, políticos y climáticos. Solo así podrá Estados Unidos asegurar su posición en América Latina y responder efectivamente a los retos de un entorno global cambiante.