La innovación en salud en Latinoamérica enfrenta un escenario complejo, plagado tanto de desafíos significativos como de oportunidades sin precedentes para transformar ideas científicas en soluciones prácticas y rentables. A pesar de la presencia de mentes brillantes y proyectos prometedores, la región se ha quedado rezagada en comparación con otras potencias globales en términos de incentivos y estructuras de apoyo para la investigación científica.
Un elemento crucial para el avance en este sector es la colaboración entre gobiernos, instituciones académicas y el sector privado. Ejemplos de éxito en otros países, como el programa I-Corps de la Fundación Nacional de Ciencias (NSF) en Estados Unidos, han demostrado que la integración entre la investigación académica y el emprendimiento puede resultar en el lanzamiento exitoso de startups y la generación de ingresos significativos. Desde su inicio en 2011, I-Corps ha facilitado la creación de más de 1,500 startups, con ingresos superiores a los 5.6 mil millones de pesos.
No obstante, la implementación de programas similares en Latinoamérica ha enfrentado barreras, principalmente debido a la falta de continuidad política y cambios en los gobiernos, lo que ha frustrado el potencial de muchos proyectos innovadores y ha dificultado la integración sostenida entre la ciencia y la industria. Este fenómeno ha sido particularmente visible en México, donde iniciativas inicialmente exitosas han perdido impulso y apoyo gubernamental.
Además, el desarrollo y sostenimiento de ecosistemas de innovación robustos es vital. Estos ecosistemas deben integrar efectivamente universidades, hospitales, bioterios y centros de investigación para potenciar el desarrollo de prototipos y la realización de ensayos clínicos. La colaboración entre el Instituto Nacional de Nutrición de México y organismos estadounidenses como los CDC y la FDA ilustra cómo la infraestructura existente puede ser un catalizador para la innovación.
Otro aspecto crítico es la continuidad de los programas de colaboración. Un informe de la Asociación de Universidades de América Latina reveló que sólo el 30% de los programas universitarios de colaboración en la región se sostiene más allá de cinco años, destacando la necesidad de estrategias a largo plazo para fortalecer los ecosistemas de innovación.
El financiamiento también juega un papel fundamental. Proyectos en el ámbito de la salud requieren inversiones significativas y un horizonte temporal extenso para su desarrollo y prueba. En México, el Fondo de Innovación Tecnológica, operativo hasta 2018, y en Chile, el Fondo de Innovación para la Competitividad, han demostrado cómo los fondos públicos pueden catalizar la innovación en salud. Sin embargo, la estabilidad y suficiencia de este financiamiento son esenciales, dado que las startups no solo requieren capital sino también un entorno de apoyo consistente y robusto.
La evaluación de investigadores en la región también necesita una revisión. La transferencia de tecnología y la comercialización de innovaciones deben ser consideradas como criterios válidos de éxito académico, como ya se practica en países como Brasil, donde se ofrecen fondos y apoyo específicos para estos fines.
Finalmente, el acceso a infraestructura compartida ha demostrado ser un diferenciador clave para el éxito de las startups en biotecnología. Estudios han mostrado que aquellas con acceso a recursos compartidos tienen una probabilidad significativamente mayor de superar las etapas iniciales de desarrollo en comparación con aquellas que no lo tienen.
Latinoamérica está en un punto crítico donde la necesidad de reformar políticas públicas y la implementación de programas de incentivos que valoren la innovación y el emprendimiento son más cruciales que nunca. Al fomentar un ecosistema de innovación sostenible, la región puede maximizar su potencial y hacer contribuciones significativas al avance de la salud global.